¡Hola!

¡Ya tengo mi Blogger!

Y después de esta infantil muestra de mi locura, me presento.
Mi seudónimo en todas las comunidades en las que estoy inscrita es Tommy Hiragizawa y mi pasión es escribir. Así que este espacio estará dedicado a la publicación de Fanfics de mi autoría.

Para los que no lo sepan - y si no lo saben no sé que hacen aquí - el fanfiction es una narración creada por fanáticos que, o bien no estamos lo suficientemente satisfechos con las historias y/o finales originales de algunas series de TV, anime o libro, o, simplemente, tenemos una imaginación tan rara que nos lleva a escribir algo que, según nuestra imaginación, es lo que nos gustaría que hubiera ocurrido.

Así que, si alguien ve que escribo acerca de Harry Potter y dice "¡Oye, tú!, estás violando los derechos de autor de J. K." que sepa que no es así, ya que siempre aclaro que los personajes no son míos y que no obtengo lucros por las historias que publico.

Por último, les agradezco la oportunidad que me dan al leerme y espero que les agraden mis historias.

¡Estaré esperando sus comentarios!

Atte: Tommy

viernes, 26 de noviembre de 2010

Fanfic de Glee

El derecho a un momento By: Tommy Hiragizawa
Aclaraciones: Los personajes de Glee no me pertenecen, todos los derechos son de la Fox. No recibo ningún tipo de lucro al escribir esta historia además de sus reviews.
Parejas: Puck/Kurt
Advertencias: Ligero Slash y posible lenguaje ofensivo.
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Capítulo único
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Era lunes por la mañana, es decir, primer día de la semana escolar, y, por primera vez en sus casi diecisiete años de vida, Noah Puckerman se alegraba de que un fin de semana hubiese acabado. Por todos los infiernos, hacía más que alegrarse. Si alguien le hubiera dicho hacía poco más de una semana que anhelaría poder volver al instituto, se habría desternillado de tal forma que hubiera terminado con un buen dolor de mejillas. Claro que, si además ese alguien hubiera agregado que el motivo por el que ansiaría eso era Kurt Hummel, hubiera dejado de reír y hubiera puesto manos a la obra en la tarea de partirle la cara. Pero, ahí estaba, saliendo de casa media hora antes de lo usual para ir a la escuela.
Su madre seguro había salido corriendo a buscar al rabino para asegurarle que había sucedido un milagro.
Encendió la radio, con el disco de Alice Cooper reproduciéndose en sus altavoces.
Habían sido los dos días más largos de su vida. Cuarenta y ocho horas asfixiantes, dos mil ochocientos ochenta minutos agónicos. Ciento setenta y dos mil ochocientos segundos que fueron contados uno a uno, transcurriendo lentamente como si el mismo tiempo se estuviera riendo en sus narices.
Dos días sin Kurt y ya se sentía como un Neandertal posesivo, necesitado de reafirmar su marca personal sobre el más pequeño. Y no lograba entenderlo. Sí, ver al muchacho hacía que se pusiera duro, que fantaseara con todas las formas en que podría tenerlo debajo de él. Ya puestos, también había pensado en muchas maneras de tenerlo encima y al lado de él. Pero eso no era más que lujuria y debería de ser igual a lo que sentía cuando veía a alguna de las animadoras desnudas, más que dispuestas a satisfacer cualquiera que fuera la necesidad que él tuviera de ellas.
No era así.
Nunca antes había sentido tal sensación de territorialidad.
El viernes anterior también lo había sentido, justo cuando estaba mordisqueando el cuello y el pecho de Kurt para dejar todas las marcas que le fueran posibles. Le hubiera gustado poder ponerle un cartel sobre la frente que dijera "Propiedad de Puck. Toca y muere" Pero sus deseos de posesión salieron volando en el mismo momento en que el padre de su tormento personal había irrumpido en la habitación. Obviamente, Burt Hummel había decidido que Puck estaba mancillando a su hijo, aún cuando era evidente que Kurt no estaba siendo obligado a tener la mano cerrada sobre ambos miembros mientras bombeaba.
¡Si él creí que era totalmente recto hasta que ese niño irrumpió en su vida!
Por fin, después de haber sido echado a patadas de casa de Kurt – con la camisa arrugada en las manos y la bragueta abajo – volvería a ver al chico.
Gracias al cielo, el trabajo de español debía entregarse hasta dos semanas más tarde, porque no habían avanzado en lo absoluto, inmersos como habían estado primero en la tensión sexual, después el desenfreno de escasos cinco minutos y el apuro por salvar sus partes bajas de las manazas de Burt Hummel, que parecía dispuesto a retorcerle las pelotas hasta que estas se desprendieran por si solas.
A Puck le gustaban sus pelotas justo donde estaban, muchas gracias, y si no se equivocaba, estaba casi seguro de que Kurt las apreciaría mucho más si se quedaban en su lugar y cumplían su función.
Kurt. Sus pensamientos regresaban siempre a él.
¿Qué demonios le sucedía con ese chico?
Llevaba dos días sin verlo y parecía como si hubiese pasado casi un siglo.
De hecho, no habían transcurrido más de dos horas desde que llegó a su casa cuando Puck comenzó a subirse por las paredes de la desesperación. ¿Qué estaría haciendo? ¿Estaría pensando en él? ¿Su padre le prohibiría verlo otra vez? Todas esas preguntas ridículamente cursis que los enamorados se hacen en las películas. No dejaba de hacerse una pregunta tras otra y ni siquiera pudo cenar debido al nudo que se le formó en el estómago. La pregunta que lo tuvo despierto toda la noche era si se arrepentiría de lo sucedido. Por mucho que se dijo a si mismo que él quien debía de sentirse asqueado por lo que había hecho, no lograba arrepentirse de nada. De haber podido retroceder el tiempo, habría hecho exactamente lo mismo que antes, solo que tal vez, hubiera evitado tanto drama y hubiera pasado a la acción nada mas llegar al sótano. Pero no lograba convencerse igualmente de que Kurt sintiera lo mismo. Había enlistado más de cien motivos por los que Kurt iba a arrepentirse de todo lo sucedido después de que se le bajara la calentura y se lo pensara mejor. Había hecho otra larga lista con los motivos por los que él mismo no lo merecía.
Y había intentado convencerse de que no lo necesitaba.
Nótese que había fracasado en el intento.
Esas dos listas le hicieron darse cuenta de cuan verdaderas eran las palabras de Kurt cuando dijo que se comportaba como un imbécil el noventa y nueve por ciento del tiempo. El número uno de ambas no había sido el hecho de que prácticamente hubiera torturado al más pequeño todo ese tiempo. No tenía nada que ver con cómo se comportaba hasta ese entonces con Kurt y si mucho con como se comportaba en general con sus parejas.
¿Por qué iba a querer el pequeño, inocente y hermoso muchacho estar con él sabiendo que había estado literalmente con media población estudiantil de Lima y muy probablemente con todas las madres de la ciudad? En el pasado se había sentido muy orgulloso de si mismo por ello. Ahora no lograba que esa sensación de suciedad se fuera de él. Necesitaba estar todo lo limpio que pudiera estar para merecer al muchacho. Incluso se le pasó por la cabeza ir a con el rabino en busca de perdón por sus pecados.
¡Por Dios! Si hasta había salido con su mejor amiga.
Bajó del coche y dio un fuerte portazo al cerrar. No debería de estar pensando en tantas tonterías, pero no podía evitarlo. Por primera vez en su vida quería tener una relación formal – en algún momento del fin de semana lo había decidido – y saber que había tantas cosas en contra – obstáculos que él mismo había puesto en el camino – hacía que el estómago se le cerrara en un puño de preocupación. Negó con la cabeza, intentando deshacerse de esos pensamientos.
"Estás enamorado, Puckerman" le dijo esa voz en su cabeza que se parecía tanto a la de Kurt.
Y, mierda, no pudo negarlo.
Tenía sentimientos contradictorios. Una parte de él, su parte noble, le decía que se alejara de Kurt ahora que aún no le había hecho daño, porque, al parecer, siempre terminaba haciendo daño a las personas que quería. Otra, mucho menos noble y afortunadamente predominante en él, le gritaba que se echara al chico cobre el hombro y lo poseyera hasta que le quedara bien claro que no pensaba dejarlo ir y que desde el primer momento en que sus labios se tocaron, había firmado el contrato que lo declaraba suyo. Quería que cuando cerrara los ojos por la noche, sin él al otro lado de la cama, no pudiera evitar desear sentirlo dentro suyo. Que no pudiera estar con otro sin compararlo con él. No, que le fuera imposible no verlo en el rostro de cualquiera que intentara llegar hasta donde él llegaría primero que ninguno de ellos. Que lo sintiera presente aún cuando estuvieran lejos.
Simplemente había dejado que los instintos de macho enamorado que había en todo hombre tomaran control de él.
Si eso no era amor, Puck no sabía qué demonios era.
Sus pies lo llevaron hasta el casillero de Kurt de manera inconsciente. Sonrió de manera tensa. Ya estaba ahí y no pensaba huir de ese enfrentamiento. Se estaba volviendo loco. Kurt no había llamado en todo el fin de semana y aunque había estado a punto de hacerlo él mismo en muchos momentos del fin de semana, no se había atrevido a pasar del intento. Se recargó contra la superficie fría de los casilleros y cruzó los brazos sobre el pecho para esperarlo, utilizando toda su fuerza de voluntad para no salir corriendo.
Poco a poco los pasillos del William McKinley se fueron llenando de estudiantes apresurados. A su alrededor las chicas soltaban risas bobas por lo bajo y le lanzaban miradas tímidas de soslayo. Muchas otras no eran tan tímidas y simplemente le hacían un gesto insinuante con la mano. Los chicos, por otro lado, desviaban la mirada al pasar junto a él y, los pocos que no lo hacían lo veían con ojos llenos de envidia. ¡Joder! Si supieran lo que le sucedía justo en ese momento no sentirían tantas ganas de ser él.
- ¡Dios! Menudo fin de semana – escuchó que alguien decía.
Bueno, por lo menos alguien lo había disfrutado.
"Un momento" se detuvo a analizar la voz que había escuchado. No tardó más que un par de segundos en decidir que no eran imaginaciones suyas y que, verdaderamente era la voz de Kurt. Lo escuchó reír en una clara carcajada y Puck cerró los ojos y saboreó las notas agudas de su voz.
"Adiós paz mental, hola Kurt Hummel" pensó con sarcasmo. Ya nada podía hacer para sacárselo de la mente. Tendría que comenzar a resignarse a que, si bien no se podía considerar a si mismo gay, era evidentemente Hummelsexual. Nada más escucharlo todos sus radares se encendieron y fue como si su cuerpo comenzara a exudar testosterona con el único propósito de llamar la atención de su pareja.
Así que se volvió en dirección a su voz.
Todo rastro de humor se borró de su rostro cuando escuchó la carcajada – obviamente masculina y asquerosamente conocida – que acompañó muy de cerca a la de dicha pareja.
¡Maldición!
- ¡Es verdad! En serio, Kurt, jamás creí que pudiera pasarlo tan bien contigo –
Tras decir aquello, Finn se acercó aún más al muchacho para revolverle el cabello en un gesto demasiado cariñoso para el gusto de Puck. Y como si eso fuera poco, Kurt se sonrojó. Con ese adorable rubor que se extendía por todo su rostro y parte de su cuello. Finn sonrió tiernamente ante el abochornamiento del más pequeño y se inclinó hacia él para decirle algo al oído.
Como resultado, el neandertal posesivo volvió a hacer de las suyas. Puck enseñó los dientes y enderezó la espalda en un gesto amenazador tan viejo como la vida misma que ellos no llegaron a ver y que hizo que la mayoría de los que estaban a su alrededor salieran corriendo, rezando por no ser el blanco de su furia.
Con zancadas largas y sonoras, se acercó hasta ellos mientras analizaba rápidamente la situación.
Maldijo una vez más al ver Kurt. Estaba deliciosa y absolutamente follable con esos extra ajustados pantalones color azul marino que se ceñían a sus caderas casi sin cubrir más que su entrepierna. Si hasta podía ver la curva superior de sus nalgas sobresaliendo y podía jurar que no llevaba ropa interior. ¿Es que quería provocarle un orgasmo frente a toda la escuela? Sobre todo, ¿para quién se había vestido así? Más le valía al solista no ser él, porque Puck dudaba que pudiera contener las ganas de golpearlo hasta que no quedara de él más que una masa ensangrentada e irreconocible. Llevaba una camisa a cuadros gris y un suéter de punto sin mangas encima.
Aún en medio de su ataque de celos, no pudo evitar pasarse la lengua por los labios y pensar en mil y un maneras en que haría gritar de placer al de ojos verdes. Algunas de ellas hubieran hecho que el autor del Kamasutra abriera los ojos como platos y comenzara a tomar notas detalladas para una expansión del libro.
Gruñó no una, sino dos veces. El primer sonido resultado de su creciente excitación y el segundo por las ganas de golpear a Finn por arrancar carcajadas y sonrisas de esos labios que, según su punto de vista, le pertenecían a él.
- ¡Noah! - exclamó Kurt al advertir su presencia.
Los ojos del más pequeño brillaron al mirarlo con un resplandor que no había estado ahí cuando hablaba con Hudson y su sonrisa se acrecentó a medida que se iba acercando. Ante esto, el pecho de Puck se hinchó de orgullo puramente masculino. Era él y no Finn quien hacía que los ojos verdes de Kurt se oscurecieran de deseo. Lanzó una mirada arrogante hacia Finn, pero el más alto ni siquiera estaba mirándolo. ¿Eran ideas suyas o su amigo le estaba mirando el trasero a SU chico?
Más le valía que fueran ideas suyas.
- Aún tenemos que hacer el "trabajo" de español, Noah – sonrió mientras deslizaba un dedo por sobre su labio inferior de manera sensual – Deberíamos terminar lo que dejamos pendiente el viernes, Noah -
El soprano puso tal énfasis en la palabra que a Noah no le costó mucho trabajo entender a qué clase de "trabajo" se refería Kurt. Prácticamente se olvidó de la presencia del otro miembro de Glee, únicamente pendiente de ese generoso labio interior que tanto quería mordisquear. ¡Oh, sí! Claro que tenía, que hacer un gran trabajo aún. Puck pensaba emplearse tan bien en esa instancia que Kurt no podría sentarse aún después de una semana.
- ¿Desde cuando llamas a Puck por su nombre, Kurt? -
Y Finn tan oportuno como siempre.
- El viernes decidimos dejar el pasado atrás y concentrar nuestras energías en un objetivo en común -
- Es sorprendente lo que puede hacer el trabajo en equipo – asintió Finn.
Lo que Finn no sabía es que sus energías estaban concentradas mucho más allá que en el trabajo de español. Aunque, por la forma en la que recorría el cuerpo de Kurt, muy probablemente él deseaba emplear sus energías justo en lo mismo que Puck. Aunque, por otro lado, no le sorprendería que Finn ni siquiera se diera cuenta de la manera en que parecía comerse a Kurt con la mirada.
Después de su experiencia personal, Puck creía que todos debían tener un momento gay en su vida, pero nadie tenía derecho a tenerlo con Kurt aparte de él.
- ¿Salimos esta noche a terminar nuestro "trabajo", nena? - ronroneó acercándose más al cuerpo de Kurt antes de pasarle los brazos por la cintura.
- Mmm... - gimió débilmente, apretándose contra su pecho – Que te parece si mejor nos saltamos las clases y empleamos el tiempo en algo más placentero – se puso de puntillas y cepilló sus labios rosados con los suyos – tengo un par de ideas de cómo puedes gastar toda tu energía -
- Mierda – masculló antes de sucumbir al deseo de apoderarse de sus labios.
Había sido tan difícil resistirse hasta ese momento, pero no había querido dar un espectáculo en medio de los pasillos de la escuela. En ese instante, nada de eso importaba. Por él que viniera Jacob y sacara una foto suya en primera plana de su blog o del periódico escolar. ¡Santo Cielo! Gimió al paladear el sabor mentolado de la boca de Kurt. Sus lenguas se acariciaron en una sinuosa danza en la que el más pequeño le dio pleno dominio sin dejar de intervenir para volver aún más pasional cada roce. Sus manos recorrieron la parte baja de su espalda hasta posarse en su trasero y apretar para acercarlo más a su pelvis. Sentirlo erecto y restregándose contra él lo hizo temblar de impaciencia. Lo que daría por estar con él en una cama.
- Esto... - Finn se aclaró la garganta con un fuerte carraspeo para llamar su atención - chicos -
Como única respuesta, Puck apartó una mano del trasero de Kurt y le mostró el dedo medio.
- Joder - gimió por lo bajo el soprano con la respiración entrecortada.
- Esa es la idea, nena - le apretó las nalgas para restregarlo contra su punzante erección.
- Vámonos de aquí -susurró Kurt con la voz enronquecida justo sobre sus labios.
Ya después le pediría a Kurt explicaciones de por qué había creído entender que él y Finn habían pasado el fin de semana juntos, cuando debió de haber estado con él. Más específicamente en su cama, desnudo y entregado. Puck enroscó su brazo derecho entorno a la cintura del de ojos verdes antes de comenzar a caminar entre los murmullos de la gente – la mayoría los veía sin poder creer que fuera Noah, Puck, Puckerman, quien había besado a Kurt-soy-gay-Hummel frente a sus ojos – hacia las puertas del instituto. Llevándolo justo a donde debió de haber estado ese fin de semana, para hacer lo que debieron de haber hecho hasta que Kurt no pudiera levantarse de la cama.
Lo haría que gritara su nombre por cada uno de los interminables minutos de esos infernales dos días.
Antes de salir, lanzó una última mirada de reojo hacia donde estaba Finn. El pobre parecía un pez fuera del agua, abriendo y cerrando la boca una y otra vez. Sus ojos desorbitados y su rictus estupefacto eran tan cómicos que no pudo evitar soltar una carcajada llena de satisfacción.
Que se buscara a otro para tener todos los momentos gays que quisiera. Kurt era suyo.
- Cuando termine contigo, nena – comenzó a decirle al oído en un susurro apenas audible – no podrás volver a  verme sin desear desnudarme –
- Y cuando hayamos terminado – le contestó Kurt de la misma manera – no encontrarás motivo alguno para volver a ver con deseo a una chica en tu vida -
Para ser sinceros, Puck dudaba que pudiera volver a desear a otra persona que no fuera él.
Fin

Fanfic de Glee

Las consecuencias de un momento
By: Tommy Hiragizawa
Aclaraciones: Los personajes de Glee no son míos, todos los derechos son de la Fox.
Parejas: Puck/Kurt
Advertencias: Ligero Slash y posible lenguaje ofensivo.
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Capítulo único
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Si alguien sabía acerca de las consecuencias que podía traer consigo un solo fatídico – y por lo general también estúpido – instante de tiempo, ese era Noah Puckerman.
En un principio solo era un experto en estupideces, debía de admitir, pero al final acabó por aprender la lección de la manera difícil. Por una noche de borrachera en la que estaba más caliente que el sol, y en la que sus celos de Finn, normalmente bien ocultos en su interior, le llevaron a creer con total seguridad y honestidad que amaba a Quinn, ahora la rubia animadora había tenido un hijo de ambos. Esa noche había sido su primer y mayor metedura de pata. Y, a pesar de todos lo problemas, no podía arrepentirse de que esa niña existiera.
¿Cómo podría arrepentirse si la amaba tanto?
Pero su madre – quien desgraciadamente decidía – no estaba dispuesta a conservarla ni a dejar que él la conservara, así que ese amor solo le acarreaba un dolor constante en el pecho. De lo que si se arrepentía era de haber hecho tanto daño a Finn.
Ahora no solo no tenía a Quinn – habían acabado realmente mal – a la cual, al final comprendió que no amaba, ni a su hija, sino que también había perdido al único y verdadero amigo que había tenido desde siempre.
Sí. Puck sabía de consecuencias.
Sabiendo lo que sabía, ¿qué mierda estaba haciendo frente a la casa de los Hummel?
"El trabajo de español" afirmó para sí mismo.
Por quinta o sexta vez.
"¡Y una mierda!", gritó una voz dentro de su cabeza. El trabajo de español no era lo que lo tenía nervioso. Era el pajarillo en el que no había dejado de pensar en toda la semana. Y cuando al tercer día se despertó en su cama, sudado y empalmado y tuvo que hacerse una paja porque una ducha fría no había bastado, supo que tenía un problema.
Del tamaño de una casa.
Alzó titubeante una mano para poder llamar a la puerta y terminó por acobardarse, dejándola nuevamente a su costado. No es que fuera la primera vez. Llevaba de pie en el mismo lugar cerca de diez minutos y alrededor de unos quince intentos fallidos. Debía de parecer un estúpido en su primera cita.
"¡Maldición!" volvió a escuchar esa voz mental que le gritaba, "Déjate de estupideces, Puckerman" y para su desgracia, comenzaba a sonar sospechosamente como Hummel.
Frunció el ceño. ¿Qué le pasaba últimamente? No era propio de él actuar como un cobarde, sin embargo, ahí estaba, actuando justamente como uno. Las manos le sudaban como si fueran una coca-cola helada dejada al calor de la tarde y su garganta y sus labios estaban resecos. Y, si no se equivocaba, eso que estaba haciendo se llamaba híperventilar.
- ¿Puedo ayudarte en algo, chico? – una voz ronca y evidentemente masculina lo sacó de ese estado de autoanálisis en el que se encontraba.
La puerta de la casa de Kurt estaba abierta de par en par, mas el amplio corpachón del hombre parado en el umbral poco o nada dejaban a la vista de lo que había en el interior. Ese tipo era enorme. No mucho más alto que él, pero tal vez del doble de peso, y, a pesar de la barriga, podía apreciar que sus anchos brazos estaban bien trabajados. Lo poco que sabía de él era que había jugado al futbol en la universidad y que tenía un taller mecánico.
Sinceramente, no le cabía en la cabeza que un tipo tan masculino como él pudiera ser el padre del homosexual más afeminado que hubiera pisado nunca la tierra.
- Papá, ¿Quién…? –
"Hablando del rey de roma…"
No pudo evitar mirarlo con sumo detenimiento desde la punta de los pies hasta la raíz del cabello castaño, analizando en el proceso cada uno de los pequeños detalles que daban forma a Kurt Hummel. Para su desconcierto, no iba ataviado con sus usuales ropas de marca, esas que tenían nombres tan extraños que muy apenas y podía pronunciarlos y que costaban lo mismo que toda su ropa junta, sino que usaba un inesperado mono de trabajo de color azul obviamente hecho a su medida.
Para rematar, estaba manchado de grasa en algunos lugares, a juego con la pequeña y adorable mancha negra que lucía en la mejilla izquierda.
Nótese que por lo único que Puck deseaba deslizar el pulgar por su mejilla era para quitar dicha mancha. No tenía nada que ver con comprobar la suavidad de esa tersa y pálida piel.
- ¡Puck! – Exclamó sorprendido – como es tan tarde pensé que no vendrías y me puse a hacerle el cambio de aceite a mi bebé. Pero vamos, ¡pasa! –
El pequeño cuerpo de Kurt dio media vuelta y comenzó a caminar hacia unas escaleras que descendían hacia una planta inferior. Algo había escuchado acerca de que la habitación del chico estaba en el sótano. Tragó saliva ruidosamente para humedecer su garganta reseca y casi sin notarlo siquiera comenzó a seguirlo como si fuera un corderito. ¡No! Por lo que pasaba por su cabeza mientras su vista estaba clavada en el trasero respingó que se balanceaba de un lado a otro con la misma gracia hipnótica que una serpiente – y nótese que él no admitiría nunca que lo estaba pensando, ni que le estaba viendo el trasero, ya que estaban – Kurt era el cordero y él el lobo feroz que iba a merendárselo.
Si tan sólo pudiera poner las manos sobre ese culo y apretarlo…
El padre de su suculenta presa volvió a atraer la atención de ambos con un fuerte carraspeo.
- Kurt, ¿Puedes decirme quién es él? – gruñó.
- ¡Oh, sí! Papá, él es Noah Puckerman, mi compañero del club Glee y del equipo de futbol. Tenemos que hacer un trabajo para la clase de español -
Pese a la tranquilidad de sus palabras, notó como el soprano se revolvía incomodo ante el escrutinio de su padre, que parecía estar en un partido de tenis. Su mirada iba y venía entre los dos chicos. Fue en ese momento cuando comenzó a preocuparse de la mirada asesina que le dedicaba cada vez que sus ojos se posaban en él.
- Mucho gusto, Señor Hummel – logró pronunciar muy a pesar del nerviosismo mal disimulado.
- Burt Hummel – le tendió la mano.
Y le dio un apretón tan fuerte que casi pudo escuchar sus huesos crujir a punto de romperse. Tras esto, y evitando que su hijo pudiera ver el movimiento de sus labios, le susurró en voz baja al pasar a su lado.
- Toca a mi hijo, Puckerman, y la próxima vez que cantes, alcanzarás agudos más altos que los de Kurt –
Permaneció estático como una estatua – o mejor dicho, como una escultura de hielo – hasta que escuchó la puerta de alguna de las habitaciones cerrarse con más fuerza de la necesaria. Volvió a pasar saliva, esta vez para deshacerse del repentino nudo que se le había formado en la garganta.
Si alguien le preguntaba en ese momento, él negaría que estaba asustado de cojones. Obviamente, la mentira sería evidente.
- Vamos, Puck –
Idiotizado, lo siguió nuevamente sin notar que lo hacía. La única diferencia era que en esa ocasión no lo hacía por un exceso de hormonas adolescentes sobreexcitadas, sino a los estragos de su encuentro con el padre del chico. Estaba demasiado aterrado por el futuro de sus partes bajas y ocupado en disimularlo como para pensar por si mismo.
Así que dejó que el pensara por los dos por un rato.
- Siéntate donde gustes. Voy a ponerme algo más cómodo –
Esas palabras activaron un mecanismo en su interior. Por muy asustado que estuviera no pudo dejar de apreciar el doble sentido que podía tener la frase. Se estremeció de pies a cabeza. No tenía idea de por qué se sentía como un colegial en su primera vez. ¡Santa mierda! Incluso estaba empalmado con solo pensar en Hummel cambiándose de ropa.
Sus problemas iban en aumento.
Parpadeó, dándose cuanta de que el más pequeño ya había desaparecido tras la puerta de lo que muy probablemente era su baño particular.
Se tomó su tiempo para analizar el entorno extraño en el que se encontraba. Cierto era que la habitación no era como la había imaginado. Cada vez que veía a Kurt, Puck no podía evitar pensar en rosa y todos sus tonos. Así pues, en los días anteriores – entre paja y paja – había imaginado encajes, una cama de doseles, volantes en las sábanas y cortinas y mucho, mucho rosa. Había exagerado al punto de ver muñecas vestidas de rosa alineadas en las paredes.
En su lugar, había un amplio, inmaculado y luminoso espacio pintado de un blanco uniforme, con muebles del mismo color y algunos toques de negro en contraste. La cama – muy baja y sin doseles – era ridículamente grande. Bien cabía el equipo de futbol entero ahí. Los sillones parecían más estéticos que cómodos y el mueble que servía de peinador podía considerarse neutro. No había un solo rastro de la esencia "gay" del menor de la casa.
Aunque, pensándolo mejor, ningún chico que se enorgullezca de serlo era tan endemoniadamente ordenado y podía jurar que tras las puertas del vestidor había una estancia más grande que su propia habitación.
Las notas de "Defying Gravity" llegaron a sus oídos desde el cuarto de baño y Puck se quedó quieto por unos instantes, escuchando atentamente la impecable interpretación del chico. No había desafinado al llegar al Fa sostenido. De fondo se oía correr el agua de la ducha, así que supuso que iba a tardar en salir.
Encogiéndose de hombros, caminó por el cuarto tocando cada uno de los muebles hasta llegar al peinador. Uno de los cajones estaba entreabierto y la curiosidad pudo con él. Casi contuvo la respiración al abrirlo del todo. Era el primero de la cajonera, donde, como cualquier otro chico, Kurt guardaba su ropa interior.
Suspiró. Slips y boxers, gracias a Dios. Ningún tanga.
No sabía qué era lo que habría hecho de haber visto un tanga.
Dejó de respirar al segundo siguiente.
Bajo un par de boxers oscuros particularmente estrechos estaba un corsé de cuero negro con cintas rojas al frente. El corsé masculino – no pregunten cómo demonios lo sabe – tenía una cintura tan estrecha que muchas de las animadoras hubieran vendido su alma por ella. Deslizó los dedos sobre el frío material y, cerrando los ojos, imaginó a Kurt vistiendo la prenda.
Sólo esa prenda.
A cuatro patas sobre esa cama tan espaciosa en la que no tendría que preocuparse si daban vueltas, sus lampiñas piernas abiertas al máximo y su trasero alzado, dejándole ver el interior de sus cremosos muslos, sus nalgas pálidas y redondeadas y su pequeño y rosado ano. Lo escuchó gemir en su erótica visión y cuando le lanzó una mirada suplicante por sobre el hombro, lleno de deseo y necesidad, Puck sintió que iba a correrse en ese mismo instante.
Pero no lo hizo, pues su fantasía se vio interrumpida por la particular textura del papel fotográfico bajo sus dedos.
Masculló una maldición con los dientes apretados. Estaba duro. Tanto que podía jurar que si se tocaba, una sola caricia bastaría para que se viniera. No. Con una sola mirada de esos increíbles ojos verdes y tendría el orgasmo más potente de su vida.
Y él que había querido convencerse de que no lo excitaba, pensó con resignación.
Frunció el ceño y acercó más la fotografía entre sus dedos a sus ojos, rogando al cielo porque su mente le estuviera jugando una lama pasada.
La foto junto al corsé negro que tan caliente lo había puesto era de Finn. Finn sudado y sin camisa.
¡Finn!
- ¡Joder! – gritó y apretó la fotografía hasta que no fue más que una bolita arrugada que lanzó al otro lado de la habitación.
Ahí estaba el maldito solista otra vez. ¿Su vida no sería más que un gran chiste cósmico? Si lo era, seguro que los de arriba se estaban riendo a carcajadas.
De un puñetazo quebró el vidrio del peinador.
No sabía si fue el grito que liberó o el ruido del cristal al quebrarse lo que alertó a Kurt de que algo iba mal, pero de un momento a otro, el chico estaba junto a él, vestido única y precariamente con una toalla que le envolvía las caderas como un susurro, mirando su mano sangrante con preocupación.
- ¡Dios, Puck! ¿Estás bien? – el tono de Kurt, impregnado de sincera preocupación, casi logra que su furia se apague.
La palabra clave en la oración era "casi".
Puck respondió la pregunta anterior con un ronco gruñido que brotó desde lo más hondo de su pecho.
Cegado por una ira totalmente irracional atravesó la estancia con la mano cerrada sobre el brazo del otro chico. Lo lanzó bruscamente hacia la cama sin llegar a comprender el fuego que le hacía arder las venas ni por qué una creatura extraña le revolvía las entrañas y se colocó sobre su cuerpo, apresándolo entre su pecho y el colchón.
Tenía la respiración acelerada y su rostro estaba contraído en una mueca a la cual no sabía como describir. Debía de ser aterradora porque el siempre sereno Kurt Hummel parecía temerle por primera vez.
- ¿Qué demonios te pasa, Puckerman? –
- Finn – graznó. Tenía la garganta cerrada – siempre es Finn –
- ¿Cómo? – parpadeó confundido.
- Ya sabía que habías estado enamorado de él, pero no creí que después de todo este tiempo siguieras con esa estúpida adoración – bramó – el bueno y estúpido Finn. Siempre se queda con todo. Con la chica, con la capitanía, con el solo… ¡Por poco y también se queda con mi hija! Olvídate de él de una puñetera vez. Olvídate de él y… -
¿Qué mierda estaba haciendo?, se preguntó. Intentó normalizar su agitada respiración, fallando en el intento. Resollando, apoyó la cabeza en el hombro de Kurt, huyendo de esos profundos e interrogantes ojos verdes. Nunca había sido tan consciente de la lo mucho que encerraban esas palabras como hasta ese momento. ¡Mierda! Solo había faltado que llorara para cerrar con broche de oro el momento más patético y humillante de su vida.
¡Prácticamente se le había declarado a Kurt-soy-gay-Hummel!
- ¿Me olvido de él y…? –
Entonces sus ojos conectaron una vez más y Noah no pudo evitar que las palabras fluyeran de sus labios.
- Elígeme –
Ahí estaba. El momento no podía ser peor.
¿Por qué iba a elegirlo él después de todo lo que le había hecho? Lo había tirado al contenedor de la basura más veces de las que podía contar. Lo había insultado por su ropa, su manera de cantar, su manera de caminar… Ahora que lo pensaba, creía que no había habido un solo aspecto de su persona que no hubiera insultado con anterioridad. ¡Ah!, sí. También lo había bañado con granizado en muchas ocasiones.
La agradable sensación de unos dedos largos y delgados jugando con el corto cabello de su mohicano hizo que se estremeciera de pies a cabeza. Y que ronroneara. Como un puto gatito satisfecho.
¿Podía tener una suerte peor?
"Bueno, podría entrar su padre y encontrarnos en esta posición", que, dicho sea de paso, era muy comprometedora.
Asustado de sus reacciones, intentó alejarse, pero Kurt se lo impidió.
- No logro entender del todo, Noah – Puck cerró los ojos y saboreó el sonido de su nombre en los labios pequeños y perfectamente delineados – pero tú no eres menos que Finn. ¡Aceptémoslo! Eres más guapo que Finn, y si se queda con las chicas es porque ellas confían en que él no se comportará como un idiota en noventinueve por ciento del tiempo. Y sobre lo que sentía por Finn… - Kurt suspiró – Abre el cajón de mi buró –
Los ojos se le desorbitaron al hacerlo.
En el cajón había una foto suya - ¡Suya! No de Finn. No tenía la menor idea de cómo ni cuándo se la habían tomado sin que él lo notara, pero ciertamente era una imagen caliente. En ella aparecía desnudo y de costado bajo la ducha de los vestuarios del equipo de futbol. El agua le acariciaba la piel y había echado la cabeza hacia atrás para poder disfrutar del roce sobre su rostro. Sobresalía su parcial erección.
Soltó una carcajada de triunfo.
- Eres una perra mala – gruñó.
La excitación entre sus piernas amenazaba con reventar la cremallera de sus pantalones vaqueros.
- ¡Oye…! ¡Oh! –
El reclamo se convirtió rápidamente en gemido cuando, bajando las caderas, Noah le hizo sentir cuan ansioso estaba por él. ¡Maldito fuera ese chiquillo y sus igualmente malditos sonidos eróticos! Antes había creído imposible que pudiera ponerse más duro.
Siempre podía contar con Kurt para demostrarle cuan equivocado estaba.
- ¿Te masturbas viendo mi foto, perra? – su voz sonó varios tonos más ronca de lo normal, y notó como el más pequeño temblaba de anticipación bajo su cuerpo. Las mejillas coloreadas de rojo le indicaban que sí, él lo hacía. Y eso solo logró que el pecho se le hinchara en autosuficiencia – Dime, nena. ¿Me detengo ahora o dejarás que te folle? –
Kurt soltó un sonido de placer que hubiera sido imperceptible de no haber estado tan cerca uno del otro. Seguidamente, hizo algo que Puck nunca había experimentado antes. Con mucha ternura, le acarició los costados del rostro y fijó su mirada en la suya. El color castaño claro de sus ojos se mezcló con el verde profundo de los de Kurt y, por un momento, Puck sintió como si el muchacho estuviera acariciando su alma.
Y él que creía que podría resistirse al encanto que esa pequeña bruja había echado sobre él.
- No y no. No dejaré que me folles, Noah. Lo que voy a hacer es dejar que me hagas el amor donde más te guste –
La sonrisa coqueta que se pintó en su rostro hizo que todo su uso de razón se fuera a tomar unas vacaciones temporales.
Con un gruñido, capturó la pequeña boca con la suya, acariciando cada recoveco de sus labios. Comenzó como una lenta caricia, algo más experimental que pasional. No duró así por mucho tiempo. Puck no tenía idea de qué era lo que se había adueñado de él, pero le era imposible no desear saborear cada parte del cuerpo de Kurt. Le rodeó la cintura con los brazos y tembló cuando los dedos de él comenzaron a jugar con el cabello de su nuca.
Y cuando ladeó la cabeza y abrió los labios para darle paso a su lengua…
Puck estaba en el cielo.
Trazó un camino descendente hacia el cuello delgado y pálido que en ese momento estaba teñido de rojo por la extensión de su sonrojo y deslizó la lengua por el hueco de su clavícula. Para ser un chico, Kurt era muy femenino, sobre todo en sus hombros, tan finos y elegantes. Sonrió cuando notó la piel de su cuello oscurecerse con un moratón. El más pequeño estaría muy enfadado con él por haber arruinado su inmaculada piel. Pero, Dios, no había podido evitarlo. Tenía que marcar su propiedad.
No tenía idea de en qué momento su camisa salió volando hacia algún rincón de la habitación, pero no le pasaron desapercibidas las caricias de sus manos sobre sus abdominales, que se deslizaron siguiendo el recorrido de la línea de vello que iba desde su ombligo hasta el nido de rizos en el que reposaba su miembro.
Para cuando Kurt liberó su polla del la tortuosa prisión en que se había convertido su ropa interior y tomó ambas en una de sus manos para comenzar a masturbarlos a la vez, sinceramente, Puck había olvidado el trabajo de español, donde estaban, qué día era y que el padre del muchacho estaba en la planta superior.
Dios, eso se sentía bien.
- Mierda, nena. No pares –
Estaba mordiéndole el cuello para acallar los sonidos que su boca emitía cuando el sonido de un plato quebrándose junto a las escaleras y un rugido feroz los detuvo en seco y les heló la sangre.
- Te lo advertí, Puckerman –
Fin.

Fanfic de Glee

El momento Gay de Puck
By: Tommy Hiragizawa
Aclaraciones: Los personajes de Glee no me pertenecen, son propiedad de la Fox.
Pareja: Puck/Kurt
Advertencias: Ligero Slash y posible lenguaje ofensivo.
N/a: Como digo en casi todos mis fics con Slash, soy amante de ello, y por eso amé a Kurt desde el momento en que aparece por primera vez y cuando encontré que había fics con Puck, fue como una epifanía. Lo adoro.
En fin, espero que les guste.
Atte: Tommy
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capítulo único
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No lograba recordar con claridad si alguien se lo había dicho o si lo había leído por ahí. Eso de que según estadística, todos los hombres tenían por lo menos un momento Gay a lo largo de su vida. Sinceramente, dudaba de que se tratara de lo segundo pues los libros jamás habían lo suyo. ¡Si muy apenas y veía de reojo las fotografías de la sección deportiva del periódico! Eso sí, estaba seguro de que, si había sido alguien - quienquiera que este fuera - quien se había atrevido siquiera a decirlo cerca de él, ese pobre tipo sin suerte había terminado con unos cuantos dientes menos y otras tantas marcas amoratadas por todo el cuerpo. Y habría tenido suerte. O, tal vez, se había echado a reír por la absurda afirmación. Posiblemente ambas cosas a la vez.
¿Podía pasarle a cualquier Hombre? Tonterías. No dudaba que era algo que probablemente le pasaría a Finn. Es más, le parecía demasiado extraño que no hubiera sucedido aún. Pero, en verdad, ¿ese chico podía ser más estúpido? Seguro que ya le había sucedido y ni se había enterado de ello. A veces se preguntaba si había una sola neurona viva dentro de su cabeza. Se extrañaría de que no le hubiera sucedido ya a Mike, porque, admitámoslo, bailaba demasiado bien. ¿Kurt? Ese chico vivía inmerso en un perpetuo momento gay. Estaba en su naturaleza. Pero no en la de él. Noah Puckerman es un hombre con todas las letras.
¡Un semental!
Era imposible que le pasara. A él le gustaban las mujeres, esos seres chillones, sentimentales y absolutamente desesperantes. Formadas por curvas llenas de sinuosa sensualidad. le gustaban las morenas, pero jamás le haría el feo a una bonita rubia - Si era la confirmación de la regla, mejor que mejor. No pedía pechos excesivamente grandes, pero le gustaba que encajaran en la curva de las palmas de sus manos al ahuecarlas. solía acostarse con mujeres mayores, madres de chicos de su edad. No porque le gustaran maduras en específico, sino por las ventajas que traían consigo. Eran mucho más simples que las chicas de preparatoria, no pedían compromisos previos y/o posteriores al sexo, no esperaban palabras bonitas y faltas de significado ni regalos costosos. Solo era sexo. Sexo verdaderamente caliente. Eran fabulosas en la cama y daban unas propinas geniales.
Dicho todo eso, era más que obvio que Noah era la excepción a la regla, siempre fiel a su naturaleza de macho.
- ¡Puckerman! - Escuchó un chillido agudo a su espalda.
Por el pasillo se acercaba Kurt-soy-gay-Hummel, evidentemente enfadado. Sus cejas, perfectamente depiladas, estaban arqueadas a tal punto que se unían para formar una única línea sobre el puente de la nariz. un ceño fruncido en toda regla. Sus mejillas se le presentaban cubiertas por un furioso y al mismo tiempo enternecedor sonrojo, armoniosamente rosadas. Y sus labios permanecían tan apretados que apenas eran visibles.
Iba vestido impecablemente. Unos pantalones color beige tan ceñidos a su cuerpo que parecía como si hubieran sido pintados sobre sus delgadas, musculosas y torneadas piernas. Eran como una segunda piel fácilmente desechable. Una camisa clara con los puños cerrados y un suéter café a juego con un par de zapatos que él nunca se hubiera puesto cerraban el cuadro.
Hummel se le presentaba como un suculento pajarillo envuelto en su vistoso plumaje.
- Somos compañeros para el trabajo final de español - gruñó el chiquillo frente a él
- ¿Qué? -
- Era el único alumno sin pareja y tú no estabas para oponerte - le explicó.
Aunque en realidad no lo estaba escuchando. Solo veía cómo esos labios antes casi invisibles se movían de manera hipnótica, preguntándose a sí mismo si serían tan suaves como aparentaban serlo. Súbitamente sintió unas inquietantes ganas de mordisquearlos y lamerlos seguidamente. O de pedirle que pronunciara palabras más largas para poder seguir admirando los movimientos ondulantes de su lengua. Su agitada y superficial respiración no le ayudaba a ahuyentar dichos pensamientos, lo único que lograba era que pensaba en formas mucho más creativas, placenteras y sexuales de hacerle acelerar la respiración.
- Entonces nos vemos el viernes en mi casa. ¡A las siete! -
Puck siguió los pasos de Kurt con la mirada, total y absolutamente obnubilado por el pequeño, frágil y femenino cuerpo del chico, que se movía con la seguridad de una supermodelo, la elegancia de una reina y la sensualidad de una bailarina exótica. Debió de haber estado ciego para no notarlo mientras ensayaban las coreografías del club Glee.
La mano le hormigueaba ahí donde el más pequeño lo había tocado para darle un papel con la dirección y el teléfono de su casa, y Noah no podía evitar que la pregunta de si la textura de su piel blanca y ligeramente rosada por la furia sería como la seda bajo sus palmas rondara por su cabeza.
No fue hasta que Finn - maldito fuera él - le puso la mano en el hombro que Puck se dio cuenta de lo que había estado pasándole. ¡Mierda, mierda, mierda! Se había quedado babeando el suelo al ver a Kurt Hummel. Un chico. Lo repetía. ¡Mierda! Se supone que eso no debía de pasar.
No a él.
Enfadado con Kurt por hacerle tener esos pensamientos nada propios de él, con el mundo por conspirar en su contra, con Finn por no sacarlo antes del ensueño y con él mismo por estar empalmado - y no cualquier erección, estaba más duro que nunca en su vida - golpeó el casillero más cercano con tal brutalidad que el metal de la puerta se aboyó y después se alejó de la escena del crimen. Varios alumnos de primero echaron a correr nada más verlo.
Se encerró en su habitación y puso la música más ruidosa y machista que encontró en su colección, subiendo el volumen al máximo. Su mamá y su hermana se quejaron pero al final terminaron por cansarse de aporrear la puerta de su cuarto sin éxito. Dos horas más tarde, una vez la furia ciega se hubo disipado, sacó el papelito que Kurt le había dado antes de irse y que él había hecho una bolita dentro de su pantalón.
Soltó una carcajada.
Puede que el niñato le hubiera hecho tener su primer - y su único - momento Gay, pero el viernes - "a las siete" dijo una voz en su cabeza - le demostraría que no influía ningún tipo de poder sobre él. Más que a Kurt, se lo tenía que demostrar a sí mismo. Kurt no lo excitaba.
O eso era lo que esperaba.
Fin

martes, 16 de noviembre de 2010

Fanfic de Inuyasha

Ficticio
By: Tommy Hiragizawa


Aclaraciones: Los personajes de Inuyasha no son míos, son de Rumiko Takahashi, gran mangaka, y hago mención a los libros de Stephenie Meyer.
Pareja: Inuyasha/Kagome
Advertencias: Spoilers de los libros de la saga Crepúsculo, lenguaje obsceno y ligeros toques de erotismo.


N/a: A los que leyeron este one-short con anterioridad, les pido que me digan si por casualidad los he defraudado al volver a escribir esto. A los que leen por primera vez, les pido humildemente que me den sus opiniones, porque sin ellas, no tendría caso que yo estuviera aquí, frente a mi computadora, escribiendo.
Hoy por la tarde estaba releyendo algunos de mis fics más viejos, preguntándome cómo era posible que yo misma hubiera escrito esas porquerías. Por favor, si has leído algo de mi vieja antología, te pido que perdones a esta escritora que no sabía lo que hacía en sus primeros días como aficionada. Pero lo peor, fue leer este fic, y darme cuenta de que por mucho que dijera que había mejorado, la mejoría de mi redacción únicamente era notoria en mis tres últimos fics. Así que me dije "Tommy, hora de escribir".


Espero que disfruten de su lectura.


Sin más que decirles, me despido.


Atte: Tommy.


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Capítulo Único


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Era una noche tranquila en la que los viajeros que perseguían al hibrido Naraku se dieron la oportunidad de descansar en un claro del bosque. Dormían apaciblemente bajo el manto nocturno, Sango junto a Kirara, Miroku apoyado contra un árbol cerca de la hoguera y Shipou acurrucado en el saco de dormir con Kagome. Mientras tanto, insomne, Inuyasha se dedicaba a mirar las estrellas y de reojo la figura durmiente de la muchacha que le robaba el sueño y la tranquilidad. La tarde recién pasada le había dejado un amargo sabor de boca y había pasado el resto del día sin poder concentrarse en nada más que en la confesión que Kagome había hecho a Sango en secreto.


Que ella hablara en sueños no ayudaba a su paz mental.


Ella volvió a pronunciar ese nombre, y el corazón de Inuyasha se rompió otro poco.


La miró otra vez. Quien la viera por primera vez jamás podría adivinar la fortaleza que ese frágil cuerpo tenía. Ella era apenas una muchacha que comenzaba a vivir. No había sido cortejada con propiedad por nadie para que ella pudiera casarse, cosa que ya debería haber hecho de haber nacido en esa época. Aún así había dejado todo de lado en su propio tiempo para seguirlo. Para ayudarlo con una tarea de la que bien pudo haberse desentendido.


No podía creer que hubiera sido tan ingenuo como para llegar a pensar que en verdad, alguien como ella – pura, amable y bella - se quedaría para siempre a su lado a pesar de su tan evidente indecisión entre las dos sacerdotisas. Aún más, siendo él solo un hibrido que no tenía nada que ofrecerle. No tenía una casa a la cual volver o que poner sobre su cabeza. No tenía una familia que lo acogiera en momentos de debilidad. Lo único que tenía era su espada, y los pocos amigos que había hecho a lo largo de su viaje. Y eso solo era gracias a ella. Ninguna mujer aceptaría a un hombre que solo pudiera ofrecerle noches bajo el cielo estrellado y unos brazos cálidos en los que refugiarse. Tal vez en otro tiempo ella no hubiera visto nada de eso, pues ella misma lo había dicho, quería estar con él. Pero eso había sido antes de que todo ese tiempo pasara y ella lo olvidara.


Había visto la verdad demasiado tarde.


Se había dado cuenta de que su pasado estuvo con Kikyo, pero su futuro era al lado de Kagome. Había diferencias abismales en lo que sentía él mismo por cada una de esas mujeres, pero sobre todo, había aún más diferencias en los sentimientos que ellas le habían demostrado. Kikyo había querido hacer de él algo que no era. No deseaba a su lado a un ser incompleto y contaminado, que era lo que veía en él. Nunca lo habría aceptado en su vida como un medio demonio. En cambio, Kagome, lo había dejado acurrucarse sobre sus piernas siendo humano. Lo había abrazado siendo un hanyou e incluso lo había besado cuando más miedo le provocaba. Siendo un demonio, ella arriesgó su vida para salvarlo. Porque confiaba en que él jamás la lastimaría. Y esa confianza significaba más de lo que Inuyasha jamás habría podido expresarle.


Pero nunca estuvo lo suficientemente seguro de sus propios sentimientos como para ir al lado de la chica de cabellos azabaches, abrazarla con fuerza y susurrarle lo mas bajo que pudiera el "te amo" que ella estuvo esperando durante esos ya 3 años de largo viaje.


Ella más de una vez le demostró que lo amaba, que era capaz de dar su vida, su tiempo y sus sentimientos por él. Que no le importaba ser solo la compañera de viaje que era con tal de estar a su lado y hacerlo tan feliz como le fuera posible. Y si él se ponía a pensar, los momentos más felices de su vida los había vivido a su lado. Aún así le había pagado solo con momentos de tristeza. ¡Dios! Se le quebraba el corazón al recordar sus lágrimas cada vez que él iba a ver a su antiguo amor.


- Edward – suspiró por millonésima vez la chica en sueños, llamándolo con tal necesidad que casi era palpable.


Otra punzada en el pecho e Inuyasha deseo ser sordo. Comenzaba a comprender cada una de esas lágrimas, porque si ella sentía tan solo una millonésima parte de lo que él estaba sintiendo, entendía que ella rompiera en llanto. Era un dolor punzante, intenso. Mataba el alma despacio, sin permitirle morir en verdad para dejar de sentirlo. Se estaba volviendo loco tan solo con escucharla, comiéndose la cabeza de solo pensar en que ella se apartaría de su lado y lo volvería a dejar solo. Que estaría entre otros brazos y que besaría otros labios que no serían los suyos. La imaginó, bella y maravillosa, tomando la mano de un desconocido mientras se encaminaba hacia una nueva vida. En la que él no tenía cabida. Estaba celoso de ese hombre que aún no conocía, y no necesitaba conocerlo para estarlo. Él tenía lo que Inuyasha más deseaba. Y lo peor de todo es que lo había tenido, pero lo había dejado ir. El corazón de Kagome. Ese hombre sin rostro era el que Kagome amaba, al que ella llamaba en sueños cuando antes era su nombre el que abandonaba sus labios en noches como esa.


Sus palabras taladraban en su cabeza, llevándolo a horas atrás, cuando el cielo aún era claro y el sol estaba en su punto más alto.


Después de comer, las chicas se habían separado del grupo para ir a tomar un baño en unas termas cercanas. Miroku lloraba a lágrima viva mientras intentaba desatarse de las cuerdas con que las mujeres lo habían atado antes de partir, siendo custodiado por un muy orgulloso demonio zorro.


- Voy a hacer una ronda – dijo él, caminando en dirección opuesta de las termas.


Se alejó con las manos dentro de las mangas de su aori y esperó a dejar de escuchar los lloriqueos del monje antes de subir a la copa más cercana y echar a correr rumbo a las termas donde Kagome se encontraba. No sabía que le sucedía últimamente, pero solo dejarla sola lo tenía inquieto. Sus instintos, cada día más fuertes conforme se acercaba la edad en la que los demonios del clan de los perros se apareaban por naturaleza, le indicaban que ella era su perra, la que debía de ser la madre de sus crías, y por mucho que su mente se empeñara en negar las reacciones de su cuerpo, no evitó que se escondiera a pocos metros por sobre el manantial donde ellas se bañaban.


Ni siquiera notó a Sango. Sus ojos únicamente veían los contornos del cuerpo de su mujer, bebiendo la imagen del agua deslizándose sobre sus curvas discretas. El agua le llegaba por sobre las aureolas rosadas de sus pechos, ofreciéndole solamente una visión distorsionada del triángulo de bello que ocultaba su entrepierna, de su vientre plano y sus piernas largas y delgadas. Sus caderas redondeadas justo lo necesario para que sus cachorros pudieran crecer correctamente dentro de su vientre, y sus senos cabrían perfectamente dentro de la curvatura de sus manos. ¡Joder! Solo con pensar en tenerla así, desnuda con toda su gloria de mujer, con las piernas enredadas en torno a sus caderas mientras la embestía con fuerza para poder perderse en lo más profundo de su interior, sentía como su intimidad se endurecía, lista para cumplir ese y muchos otros de sus deseos más ocultos. El suspiro que emitió Kagome al entrar al agua le indicó a Inuyasha que se estaba relajando después de los dos días que llevaban sin parar de caminar, aunque la mente del semi demonio no tardó mucho en relacionar ese suspiro con otras actividades exhaustivas y mucho más placenteras que una caminata.


Necesitaba, con urgencia, un baño de agua fría.


- Inuyasha es un tonto si no se da cuenta de lo que tiene en frente de sus narices – soltó Sango con un toque desesperado en la voz - ¡Anímate, amiga! Tarde o temprano caerá –


Sango no era consciente de que Inuyasha las escuchaba con toda claridad, aún cuando no podía dejar de ver el rostro melancólico de su mujer. Se venía tan hermosa a pesar de su expresión cansada y dolorida que lo único que Inuyasha deseó fue poder acercarse para abrazarla y darle consuelo.


Kagome volvió a suspirar y sonrió levemente hacia su compañera.


- Inuyasha es un amor platónico, Sango, eso lo tengo más que asumido desde hace un tiempo – y por tercera vez, suspiró.
- ¿Amor platónico? –preguntó la exterminadora, de la misma forma que Inuyasha se lo preguntaba mentalmente.


Kagome asintió y se masajeó los hombros en un intento de liberar las tensiones de sus músculos.


- Es un amor imposible, que sabes que no se puede hacer realidad. Un amor utópico – se encogió ella de hombros, sumergiendo la cabeza dentro de la terma.


- Lo dicho, Inuyasha es un tonto – negó la exterminadora con resignación - Pero, entonces, si no es por Inuyasha, ¿Por quién llevas suspirando toda la tarde? – preguntó curiosa
- Por Edward – suspiro con solo decir su nombre.


¿Qué clase de nombre era ese? Ni siquiera sonaba a japonés.


- ¡¿Edward? ¿Por qué nunca me has hablado de él? – comentó ofendida Sango - ¿Cómo es? ¿Donde lo conociste? –


Y ahí estaba otra vez, la exterminadora se estaba encargando de hacer todas las preguntas que Inuyasha deseaba hacerle a la muchacha. Aunque el medio demonio no estaba seguro de haber podido siquiera formularlas. Dentro de él bullía una furia ciega que le pedía que matara a alguien. A ese tal Edward.
Nadie podía hacer suspirar a su mujer además de él.


- Edward es… perfecto – la vio recargarse contra una piedra a modo de respaldo, y él tuvo que tragarse el gruñido que pugnaba por salir de su garganta – Tiene el cabello color bronce, como si el sol resplandeciera siempre sobre él. Su piel es pálida y fría como el hielo. Es fuerte; posee una velocidad asombrosa y unos ojos dorados que te traspasan el alma. Su sonrisa es preciosa, sonríe de una manera algo torcida que fascina, tiene una voz aterciopelada, que con tan solo escucharla te enamora y siempre es amable y caballeroso –
- Por como lo describes… Sí, es perfecto – Sango estaba sonrojada.


E Inuyasha aún más furioso.


- Es un vampiro –


El medio demonio sintió como si le hubieran golpeado en el estómago y de repente hubiera perdido todo el aire de sus pulmones. Sin poder respirar, se dio la vuelta y echó a correr, olvidándose de que ellas podían haberlo descubierto por el ruido. Había perdido todo rastro de cordura y poco faltó para que liberara su sangre demoniaca. Mientras se alejaba, destrozó todos los árboles que pudo, descargando su furia antes de regresar donde Miroku.


Había sido una tortura tenerla sobre su espalda el resto del viaje. El calor de su cuerpo se colaba entre las capas de tela y lo dejaba saber lo que jamás tendría.


Un maldito vampiro. ¡Y de los que toman forma humana! Según ella era fuerte, quizá tanto como él y más rápido, podía que aún más que Kouga. Debía de ser poderoso. Un demonio que toma forma humana no puede ser menos que un terrateniente a los ojos de los de su especie. Seguramente tendría siervos, tierras, e incluso algún pueblo bajo su custodia. Un demonio que podría tener a la mujer que quisiera.
Para su mal, no estaba cortejando a cualquier mujer. Estaba cortejando a Kagome. Su hembra. La futura madre de sus cachorros. ¡SUYA!


Enterró la cara entre las manos y resolló. Se sentía más furioso que nunca, pero al mismo tiempo había perdido todo rastro de energía en el cuerpo. No deseaba moverse de donde estaba. Tal vez se debiera a que quería quedarse para poder vigilar que nada se acercara a la chica que dormía tan cerca y a la vez tan, pero tan lejos de él. Por eso, por sus descuidos, no había notado que ella se había alejado. Maldijo la hora en que ella se había encontrado con ese tipo. Maldijo el hecho de que él pareciera perfecto a los ojos de la chica, cuando a él no tenía el menor reparo de decirle lo muy estúpido que era. Él, maldito fuera con su "cabello color bronce" y su "voz aterciopelada", se le había adelantado. Logró decirle todo lo que sentía por ella y prometerle una vida juntos, como él debió haber hecho desde el momento en que ella le dijo que permanecería a su lado.


Enterró las uñas sobre sus palmas, hiriéndose y sangrando. Su corazón sangró al igual que sus manos.
No la quería perder. Ella era lo único bueno que tenía en su existencia, era lo que más quería y amaba. Era como el sol en su cielo, ella era toda la fuente de calor que poseía, toda la luz que lo iluminaba, todo el cariño que lo curaba. ¿Cómo iba a soportar que un día llegara con otro hombre, diciéndoles que se iba con él? ¿Que los abandonaba, que lo abandonaba, para formar una familia? Un aquelarre en este caso. Y además, ¿Quién era él para impedírselo? Simplemente no podría soportarlo. Porque nada en su vida tendría sentido sin ella.


- Muérdeme Edward –


Abrió los ojos desmesuradamente al escuchar las palabras que tan necesitadas habían sonado en los labios de la muchacha dormida. "Muérdeme", había dicho. ¡MUÉRDEME! Quiso gritar hasta que se le desgarrara la garganta. Frustrado. Colérico. Dolorido. Ella debía de saber ya que ese era el rito de emparejamiento de los demonios. Que todo demonio marca a su pareja al morderla en el hombro tras el apareamiento, o, menos común, previo a el, y ahora lo único que estaba esperando para irse con el "otro" – escupió sobre la palabra, más herido de lo que nunca se había sentido - era que la mordiera. Que la reclamara totalmente como su mujer.


Que la poseyera.


Maldito fuera el momento en que perdió tanto terreno.


- Quiero estar contigo siempre – tras eso, la muchacha se acurrucó entre los pliegues de la bolsa de dormir, sonriendo – bebe mi sangre –


No pudo soportar más ese suplicio. Salió corriendo hacia el árbol sagrado, destrozando la rama en la que había estado recostado de paso.


Aún cuando no entendía por qué demonios querría el "otro" tomar de su sangre.


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El ruido de la madera al partirse despertó a Kagome de su plácido sueño y lo primero que vio al abrir sus ojos color chocolate, fue a Inuyasha salir corriendo en un claro ataque de ira. El medio demonio farfullaba sonoramente y pisaba tan fuerte sobre las ramas que dejaba un rastro de madera destrozada a su paso. Sorprendida, pero sobre todo preocupada por él, salió de su lecho y corrió tras él. Sabría a donde iba casi por instinto.


El Goshinboku.


Las marcas de las garras del medio demonio en los árboles le indicaban con más precisión cuán furioso estaba y que, si no llegaba a tiempo, ese hombre, casi siempre bueno y pacífico, era capaz de hacer una tontería tal como dejar salir su lado demoníaco – No tan noble ni tan pacífico. Aún más alarmada si era posible aceleró el paso.


- Maldito, maldito, maldito – lo escuchaba repetir una y otra vez. Como si se tratara de una letanía.
Precavida, colocó a su alrededor un campo de energía para que él no pudiera detectar su presencia por medio del olfato. El poder demoniaco de Inuyasha se había disparado, y eso nunca era una buena señal. Era capaz de todo en ese estado. Incluso podía herirla. Tal vez él no la amara, pero siempre se había preocupado por ella y jamás la había lastimado deliberadamente. No dejaría que cargara con su muerte – por muy accidental que esta fuera - en la conciencia.


- ¿Inuyasha, qué sucede? – se acercó al medio demonio con cautela.


Frente a ella, Inuyasha le daba la espalda. Sus anchos hombros masculinos subían y bajaban rápidamente. Su cabeza gacha, las orejas caninas replegadas contra su cráneo. Su tensión era palpable, y Kagome no pudo evitar angustiante. Lo escuchó recuperar poco a poco el ritmo natural de su respiración, y aunque los hombros por fin se quedaron quietos, siguieron tensos y listos para volver a estallar en otro ataque de ira.


- ¿Qué haces aquí? – gruñó entre dientes.


Las yemas de los dedos de Inuyasha acariciaron con delicadeza el tronco del árbol sagrado, el que conectaba las dos épocas. Sus dos mundos. Kagome no podía evitar amar ese árbol, porque los había unido.


- Te vi salir corriendo. ¿Estás bien? Me tienes preocupada –


El hijo de Inu no Taisho soltó una risotada que no sonó para nada alegre. Más bien era melancólica. Se movió con pasos lentos, pero seguros. Los pasos de un animal salvaje que se acerca a su presa, sabiendo que jamás podrá escapar del ataque. Sin darse cuenta de cuando, estaba siendo acorralada contra el árbol sagrado por el semi-humano.


Inuyasha enterró el rostro en el cuello de Kagome y aspiró lentamente su aroma.


Esperen un segundo. ¿Él la estaba oliendo?


- ¿Por qué? – gruñó colérico. Su boca no se abrió más que unos milímetros, incapaz de controlar el proceso con el que su furia lo llevaba a tener más y más características demoniacas – ¿Lo prefieres porque es más fuerte y más rápido? O es que acaso no soy lo suficiente para ti ahora que estas enamorada de un demonio completo –


Consternada, Kagome intentó alejarse de Inuyasha, o más bien, alejarlo de ella. Puso sus manos en los hombros masculinos y lo empujó con todas sus fuerzas, pero era como intentar mover una pared bien cimentada. Él no se movió, y como único resultado a sus esfuerzos obtuvo un nuevo gruñido.


- ¿Qué crees que haces, Inuyasha? ¿Y de qué demonios estás hablando? –


El chico de ojos dorados y pelo plateado volvió a reír sin humor alguno. Solo era una risa que demostraba que para otra persona, seguramente la situación en la que se encontraba debía de ser verdaderamente patética.


- "Edward","Muérdeme, Edward", "Bebe mi sangre" – no pudo evitar imprimir todo su dolor a su voz. Casi estaba escupiendo en la palabras mencionadas – ¿Te dicen algo tus propias palabras? –
- ¿Hablo… Hablo dormida? – Las mejillas de la chica se tiñeron de rojo.
- Sí. Siempre lo has hecho, pero solo en esta ocasión he odiado verdaderamente que lo hagas – Kagome sentía los labios del chico moverse directamente sobre la piel de su cuello, y su cálido aliento mandó ligeros escalofríos a lo largo de su cuerpo – Y ahora me tienes miedo – murmuró, formando una sonrisa triste que Kagome únicamente pudo sentir - ¿Porqué lo haces, Kagome? ¿Por qué te enamoras otra vez justo cuando estoy aceptando lo que siento por ti? – Inuyasha sentía la voz dolorosamente triste y quebrada – ¿Es porque es caballeroso y amable? Siento tratarte mal, pero no se como comportarme con otras personas. Nadie jamás intentó estar a mi lado aparte de mi madre, y a ella la perdí demasiado pronto. No aprendí a relacionarme ni a ser amable. Aprendí a sobrevivir, y eso, en un mundo donde todos te quieren ver muerto, solo se consigue con hostilidad. Hago todo lo que puedo por ser fuerte para poder protegerme, y protegerte. Tratarte como te trato es la única manera en que puedo esconder lo débil que me siento cuando estoy contigo. El miedo que me da perderte por mi debilidad -


Kagome no estaba segura de si debía interrumpir su monólogo o dejar que siguiera hablando. Algo en su interior le dijo que lo dejara hablar. Él necesitaba desahogarse, y ella necesitaba escuchar eso que él le decía. Era una declaración. Él le estaba diciendo que la quería. Y eso era algo en lo que no estaba dispuesta a interferir. Había esperado casi tres años para eso, había sufrido en silencio esperando a que él decidiera que ella era la mujer que quería a su lado. Y aunque hubiera querido interrumpirlo, no habría podido. Tenía el cuerpo petrificado. Su cerebro estaba muy ocupado tratando de absorber cada una de sus palabras como para preocuparse de otras funciones como las motoras. Incluso se le habría olvidado respirar si no fuera una función tan mecánica.


- Pero no fue mi debilidad física lo que hizo que te perdiera. Te perdí porque no fui lo suficientemente fuerte emocional mente como para decirte que te quiero. Y ahora… - suspiró. El suspiro más largo que alguna vez hubiera escuchado - ¿Lo amas, verdad? ¿Cómo podría detenerte sabiendo que no serás feliz sin él? Tú amas su cabello cobrizo, su piel pálida y fría, su sonrisa torcida. Lo único que tenemos en común es el color de los ojos –


Incapaz de dejarlo sufrir más, Kagome deslizó la mano en la mata de cabellos plateados y acarició lenta y amorosamente las orejas caninas en lo alto de su cabeza. Él, desconcertado, se separó lo justo de ella para poder verla a los ojos.


- Edward es un amor platónico, Inuyasha –


Desarmado por esa sonrisa tan llena de cariño que la muchacha le dedicaba, el medio demonio sacudió la cabeza con resignación.


- Y según tú, lo que sentías por mí también lo era – murmuró, los puños apretados tan fuertemente que parecía que los nudillos fueran a saltar sobre la piel - Ya ves, yo te correspondí. Aunque muy tarde –dijo con un tono de dolorosa burla.
- Pero tu eres real, y Edward solo es el personaje de un libro –
- ¿Qué tiene que ver que yo…?- se detuvo a media pregunta, sin comprender lo que la chica le había dicho– ¿Qué? –


La morena rió por lo bajo, sin dejar de acariciar las orejas del hombre que aún la aprisionaba contra el tronco del árbol en el que se habían conocido. En aquél primer encuentro habían estado igual de unidos, pero esta vez, era ella la que estaba entre el árbol y un cuerpo tibio. Sonrió ante la coincidencia. Al parecer, todos sus momentos importantes pasarían bajo la protección de aquél árbol.


- Que Edward es el personaje creado por una escritora, el protagonista de un libro que he estado leyendo y por el cual más de la mitad de las jóvenes del planeta en mi tiempo suspiran. La otra mitad suspira por Jacob, otro de los personajes. También me gusta Jacob, pero no puedo evitar pensar en Kouga cada vez que leo algo sobre él. Jacob es un hombre lobo. Ambos son imaginarios, Inuyasha. Amar a Edward es como decir que amo una pintura, nunca seré correspondida por alguien que solo vive en mi imaginación, pero es lindo soñar – le sonrió - Así como siempre fue lindo soñar que me correspondías. Lo que siento por ti no puede cambiar porque me enamore de un chico de ficción –
- Me… me… - "¡Que bien!" pensó Inuyasha con sarcasmo, ahora tartamudeaba.
- Te amo. Siempre. Además, Edward tiene a Bella –
- ¿Quien? –
- Olvídalo – le acarició la mejilla – Entonces… ¿Me amas? – la cara del joven híbrido enrojeció, haciéndole competencia a su aori.
- Yo… Tú… Nosotros… - tartamudeó. Su rostro poco a poco comenzaba a inventar nuevos tonos de rojo, y se revolvía en su lugar como si fuera un pez fuera del agua.
- Si sigues así dirás todos los pronombres personales – se burló, relajando un poco las cosas – Siento que pensaras que había alguien más, pero, ¿Cómo pudiste pensarlo después de tantos años? –
- Dijiste que querías que te mordiera –masculló, frunciendo el ceño.


¿Si no llamaba al tal Edward para aparearse con él, entonces…?


- Se supone que así es como Edward tiene que trasformar a Bella en vampiro –comentó ella, contestando así sin querer la duda del chico de ojos ámbar.
- ¿Sabes lo que en realidad significaría la mordida de un demonio en un humano? – ella negó con la cabeza e Inuyasha sonrió ante su inocencia. Saber que él sería el único que le mostrara las consecuencias de esa mordida le hizo arder la sangre en las venas– significa que te has apareado con él y que eres su pareja. Es como el matrimonio humano, pero este si es para toda la vida – recargó su frente contra el hombre femenino – ¿Cómo te sentirías si escucharas a la persona que amas llamar a otro, pidiéndole que la convierta en su mujer y se aparee con ella? –
- Inuyasha – lo llamó
- ¿Hmh? – contestó a su llamado mientras aspiraba el aroma de su cuello.


Poco a poco, el aroma a excitación que los rodeaba ya no provenía únicamente de él.


Ronroneó suavemente al notar otra vez las caricias de su mujer en las orejas. Ella no tenía idea de lo que ese toque hacía en él. De lo mucho que podía llegar a encender su lujuria. Cómo siguiera por ese camino, la tumbaría sobre la hierba, desgarraría su ropa y la tomaría como suya antes de marcarla. Ya suficiente hacía su aroma, cada momento más picante, para hacerlo perder la poca cordura que le quedaba.


La mordería y lamería su sangre para poder cerrar y perpetuar las heridas.


- Muérdeme –


Abrió los ojos desmesuradamente y después sonrió. Era como si ella le hubiera leído el pensamiento.
Las manos pequeñas y delicadas de Kagome bajaron suavemente hasta las solapas de su aori, deslizándolas bajo la tela e intentando apartar las vestiduras del camino.


- No soy Edward – jadeó al sentir como la mujer que estaba apretada contra su cuerpo alzaba una pierna y la enredaba en su cadera.
- Tampoco quiero que lo seas –


Con un fiero rugido de triunfo, Inuyasha capturó los labios que desde ese momento le pertenecían. Ahuecó las manos sobre el trasero firme y redondeado y la alzó para que su miembro bajo el hakama pudiera hacer contacto con su sexo. La sintió caliente y húmeda bajo las bragas. Ella gimió, e Inuyasha soltó una carcajada llena de orgullo de macho. Le haría el amor a su mujer, y le demostraría que no necesitaba de más amores platónicos. Ni de personajes ficticios.


Él había realidad todas y cada una de sus fantasías.


Fin


Glosario:
Aori: La parte superior del traje de rata de fuego que Inuyasha viste. Es un tipo de camisa.
Hakama: El pantalón holgado.
Hanyou: Híbrido. En la serie se refiere a los medio demonios como Inuyasha.
Goshinboku: El árbol sagrado o árbol del tiempo.


N/a: Para los que no lo recuerdan, en la serie dicen que los demonios que toman forma humana son los más poderosos de todos.


Hola, lectoras (¿es?):
Primero que nada, gracias por leerme. Sé que con este fic no he hecho un gran trabajo. No hay demasiada trama y ni siquiera es muy largo. Pero me agradó haberlo retomado e intentado mejorarlo sin alterar la historia original. Lo escribí cuando acababa de leer los cuatro libros de la saga Crepúsculo, cuando aún amaba con todo mi corazón a Edward Cullen y su mojigatería barata.


Ahora, si tuviera que elegir entre él y los muchos protagonistas vampíricos de los libros que he leído, no sabría si quedarme con el ególatra y malicioso Lestat o con el malherido, violento y sobre todo, perdido Zadist. En fin. Que he dejado atrás mi obsesión por los libros de Stephenie para encontrarme con los maravillosos mundos que han creado autoras como Anne Rice, J. R. Ward, Sherrilyn Kenyon y Lara Adrian.
Si te gusta la novela de vampiros con romance y buen misterio, te recomiendo a estas autoras ampliamente.


En fin. Me voy.


Me quedo esperando sus reviews.


Atte: Tommy.

Fanfic de Harry Potter

Todavía
By: Tommy Hiragizawa


Aclaraciones: Los personajes de Harry Potter no son míos. Son de la escritora J. K. Rowling y de la Warner. De mi imaginación solo ha salido este fic, del cual no obtengo ningún tipo de lucro.
Pareja: Harry/Draco.
Advertencia: Slash


N/a: Hoy estaba en el salón de la casa de mi abuela, con mi mejor amigo mayor de los treinta, mi artista favorito, y la gran mayoría de las veces mi consejero y confidente. Trajo su guitarra y como siempre que la tenemos cerca, ambos nos pusimos a cantar las canciones que tanto nos gustan, y entre tantas letras, comenzó a cantar una que yo no conocía, pero que encaja mucho con lo que viví hace pocos días. Por lo que, además de hacerme llorar, la letra que él me susurraba entonando perfectamente sus notas, me dieron la inspiración para comenzar este fic.


Espero que él lea y que sepa que todo es gracias a él. Por estar a mi lado, por ser quien es y por dejarme ser quien soy siempre.


Un beso para él y otro para todos los que lean esto. La canción es "Todavía" de Jannette Chao.


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Capítulo único.


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A su lado estaba la mujer a la que había escogido por esposa. La que le había demostrado ya muchas veces cuanto lo quería. Vestía de blanco, con un vestido evanescente, vaporoso, que se ceñía a su cuerpo de curvas discretas y la hacía parecer una ninfa salida de los sueños de cualquier hombre. Bajo el velo, los cabellos rojizos caían en cascada hacia su espalda, tocando la curva de sus caderas, y él podía sentir sus ojos marrones clavados en él, esperando a que se volviera a verla, a que le diera la sonrisa enamorada que cualquier mujer hubiera esperado de su pareja al estar frente al altar.


Pero Harry solo estaba consciente de la cercanía de él.


En medio de una sala llena de los invitados de a su boda, él nunca había esperado encontrarlo. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que asistiera. Había mandado la invitación, a pesar de lo mucho que su mano temblaba al escribir su nombre sobre el sobre, más como un recordatorio de lo que había hecho. De lo que les había hecho a ambos. Y ahí estaba. Impecable como siempre. Con su cabello peinado hacia atrás, atado en una coleta baja, como su padre había hecho hasta el día de su muerte. Entre todos aquellos murmullos, Harry sentía como si todo hubiera desaparecido, como si solo lo rodeara el silencio, y su presencia. Escuchaba nítidamente el sonido de su respiración, como si estuviera a su lado en lugar de muchas, muchas filas de bancos más adelante. Al igual que la mirada de ella, sentía la mirada de él. Sus ojos grises no perdían uno solo de sus movimientos, esperaba, como todos los demás en la sala a que todo aquello acabara.


Pero ellos querían escuchar el "Sí, quiero" salir de sus labios. Él muy probablemente esperaba que se cayera la máscara de chico perfecto, y mostrara su verdadero ser.


A que las ganas de llorar le ganaran y dejara a Ginny en el altar, para correr lejos de Draco. Para alejarse de todo aquello que le hacía daño.


Porque al lado de Draco estaba Astoria, su esposa. Ella mantenía sus manos sobre sus rodillas, mostrando al mundo cuan perfecta era. La personificación de todos los valores de la sociedad Sangre Pura, de la aristocracia. Ella era todo lo que Draco había querido. Lo que había escogido por encima del amor que decía tenerle.


Ginny sabía de esto, y aún así había aceptado casarse con él. Y la amaba por eso, pero con el amor que una persona puede tenerle a un miembro tan cercano que ya lo siente parte de su cuerpo. La quería. Sí. Pero nunca la veía con la pasión que lo dominaba en el tiempo en que Draco lo envolvía entre sus brazos y le besaba como si no existiera el mañana. Nada más que ellos en el mundo. No la veía como una amante, pero la respetaría como si lo fuera.


Seguía pensando que ella merecía algo mejor que lo que él podía ofrecerle.


Seguramente ella también notaba cuan afectado estaba por su presencia, porque le tomó la mano y le dio un pequeño apretón. Él le dedicó una sonrisa agradecida, pero llena de tristeza, y la poca esperanza que hasta entonces había vivido en los ojos de la chica murió. Porque a pesar del tiempo, ya casi un año, Harry no había podido olvidar al amor de su vida. Porque sentirlo a apenas unos pasos y a la vez tan lejos lo devastaba como si fuera el día siguiente a su separación.


Solo ella y su corazón lastimado sabían cuan solo se sentía sin él en su mundo.


Había creído que el tiempo borraría las huellas de sus dedos sobre su piel, que olvidaría el sabor de sus labios, o el aroma de su cabello. Nada de eso había ocurrido. Él y su recuerdo eran como una herida vieja que no terminaba de sanar. La sentía curada cuando no estaba, pero ahí estaba, marcando que había sido suyo. Y al volverlo a ver, se había abierto por sí sola, y le demostraba que el tiempo no borraba nada cuando de amor verdadero se trata. Que solo vuelve el sentimiento más grande, al igual que el sufrimiento. Que ese amor solo le estaba dando una tregua temporal antes de volver a él con un peso aún mayor que antes.


Y es que él había sido su vida. Vida que él le había arrebatado cuando le dijo dos simples palabras.


"Me caso"


De inmediato supo que no sería con él. Que lo que sentía por él, por muy fuerte que fuera, no era tan importante para Draco como la opinión pública o el deber de un Malfoy.


Escuchó en silencio las palabras del sacerdote muggle que celebraba la ceremonia. A petición de él y con la autorización de Arthur, habían organizado una sencilla boda cristiana, ya que no les interesaba que la prensa mágica hiciera eco de la boda del Niño-que-vivió-y-venció. Nada tenía sentido para él. Su cuerpo actuaba solo, repitiendo las palabras que el sacerdote le pedía que dijera, haciendo lo que correspondía en el momento justo. Ginny notaba su ausencia. Sus ojos apagados se lo decían. Solo por ella hizo un esfuerzo por sonreír, por aparentar que era verdaderamente feliz con esa unión.


Lo único que le hacía feliz de todo eso era que por fin sería parte de la familia a la que ya consideraba como suya.


"Él me olvidó" se dijo.


Dos lágrimas resbalaron por las mejillas del héroe del mundo mágico.


Jurarse a sí mismo que todo había quedado en el pasado no ayudaba a disminuir el dolor que sentía.
Lo había amado. Lo amaba. Pero él no era suyo. No era suyo.


Sólo a Draco le había abierto los brazos. Sólo él conocía sus más grandes miedos y gloriosas fantasías. Uno a uno Draco había intentado borrarlos de su cuerpo. Una a una las habían cumplido juntos. La única fantasía que ahora conservaba era estar ahí mismo, frente al altar, pero al lado de un hombre de largo cabello rubio que lo siempre lo miraba como si fuera el tesoro más grande del universo. Un premio que solo él había conseguido. Evidentemente, se quedaría sin cumplir.


- ¿Ginevra Molly Weasley, aceptas por esposo a Harry James Potter, para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe? –


A su alrededor, la magia de la chica se arremolinó, preparándose para enlazarse con la de su pareja, volviendo reales las promesas que hacían frente al sacerdote.


- Acepto – murmuró ella, con su sollozo atragantado.


- ¿Y tú, Harry James Potter, aceptas por esposa a Ginevra Molly Weasley, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe? –


Por un minuto, dudó en contestar.


El suelo bajo sus pies amenazaba con abrirse y tragárselo. Sentía el estómago revuelto, la cabeza le daba vueltas por la gravedad de la promesa, pero sobre todo, tenía los ojos empañados. Nunca podría cumplir del todo, pero lo intentaría.


Lanzó una mirada anhelante al hombre que se sentaba en las últimas filas de la iglesia. Sus miradas se anudaron, y el tiempo pareció detenerse. En las profundidades de color gris plata había arrepentimiento, nostalgia, odio, dolor agudo y contagioso. Amor. El corazón se le encogió bajo las capas de piel, músculo y hueso, y Harry casi pudo escuchar el goteo de la sangre que se derramaba en su interior.


Merlín. Nunca olvidaría aquél dolor.


Sonrió, y sus labios vocalizaron tres palabras. Las que jamás volvería a pronunciar.


"Siempre te amaré"


- Acepto –


0o0o0o0o0o0 Todavía 0o0o0o0o0o0


Astoria tuvo que arrastrarlo fuera de la iglesia segundos después de que Harry pronunciara la palabra que lo uniría para toda la vida con la menor de la familia Weasley. Sin soltarlo, los apareció a ambos dentro de Malfoy Manor, sin importarle mucho si alguien los veía y hacía conjeturas.


Draco había ido a la boda de Harry Potter y Ginevra Weasley con una sola intención. Convencerse de que Harry lo había olvidado y así poder seguir con su vida sin pensar cada maldita noche en su piel bajo sus dedos. Porque era en él en quien pensaba cuando tomaba el cuerpo de su esposa para intentar conseguir un heredero. Pero Astoria, a pesar de ser una buena amiga y una buena mujer, era un mal sucedáneo de lo que él deseaba.


Deseaba unos ojos verdes como esmeraldas, una boca pequeña pero siempre sonriente, un cabello revuelto como si por él hubiera pasado un huracán, y, sobre todo, el sonido de la voz de Harry diciendo aquello que había vocalizado antes de entregarse por completo a la mujer que ahora era su esposa.


Se derrumbó y lloró en el hombro de esa mujer fuerte y maravillosa que llevaba su apellido, pero a la cual no podía amar más que como una compañera. No durmió un solo minuto de la noche. Se dedicó a llamarlo entre gemidos lastimeros, a maldecir una y mil veces su orgullo. Maldijo a la Weasley, a Potter, a sus padres, pero sobre todo, se maldijo a sí mismo. Por no haberlo retenido entre sus brazos sin importar nada más.


Lo amaba, y muy dentro de sí mismo, sabía que lo seguiría haciendo hasta el día de su muerte.


Ambos habían prometido amor a otras personas, pero en silencio esa promesa había sido hecha al otro mucho tiempo atrás. Draco había sido el primero en romperla, así que no entendía cómo era posible que doliera tanto saberlo perdido.


Se había dedicado a luchar contra todo. Contra lo que él era, contra lo que habían sido, sin entender que mientras lo hacía, lo único que lograba era desangrarse lentamente.


La tormenta de su interior se desató y el hombre que era quedó convertido en un niño, lloroso y dolido. El hombre que era quiso despreciar al Malfoy en él, pero ahora que no lo tenía, su apellido era lo único que le quedaba. Y notaba cuan vacío era.


- Harry – Gimió su nombre y el sueño lo venció.


En ese momento, mientras amanecía del otro lado de la ventana, deseó con todas sus fuerzas retroceder el tiempo.


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Frente a frente estaban. Al lado de Draco un niño idéntico a él en aquella tierna edad. Sus ojos, una copia de  los de su padre, miraron con curiosidad a Harry, y al niño que arrastraba su maleta hacia el tren de Hogwarts.


- Malfoy – inclinó la cabeza el moreno.


"Draco" dijo en su mente, y lo que debía de haber sido olvidado aún estaba ahí. Carcomiéndolo.


- Potter – respondió.


"Aún te amo" había querido decirle, pero no valía la pena.


Astoria Malfoy intercambió una mirada cómplice y solidaria con Ginny Potter, que tomaba de la mano a la pequeña Lily.


Los niños subieron al expreso llenos de júbilo por lo que sería una nueva y excitante aventura. Draco pudo ver la curiosidad con la que Scorpius examinaba detenidamente al hijo mediano de Harry, y por la mirada que el pequeño Albus le devolvía, sospechaba que sería el primer Potter-Weasley Slytherin de la historia.


Y que su historia, muy probablemente, se repetiría.


Harry y Draco se miraron. Y en apenas unos segundos y sin necesidad de palabras, ambos supieron que nada había cambiado. La sonrisa entristecida que intercambiaron dijo todo lo demás.
Aún se amaban.


Pero ambos se dieron la espalda, y tomaron las manos de sus esposas. Alejándose del otro una vez más.


Fin.